El día cambiaba su color, las sombras comenzaban la invasión de todo. La mirada del hombre seguía la misma dirección que hace unas horas, abatido sobre la mesa del parque. Junto a él un cúmulo de bolsas de plástico, conteniendo cualquier cosa. De pronto las recoge, con una cierta prisa. A llegado el momento de hacer su traslado, mete las bolsas en su carro de compra y va al camino de salida. Junto a él pasan corredores en busca de mantener o recuperar su forma física. Madres que vuelven con sus carritos de niño, llenas también de bolsas de plástico. Sigue el camino de salida, su paso es rígido. Sus ropas despiden un hedor, que nadie, vaya a la par de sus pasos. Nadie sabe dónde vive, porque no tiene contacto con ninguna persona.
No se sabe los cambios, que hace en las diferentes calles, que se esfuma en el color gris que torna a negruzco. Y el ruido de su carro desaparece.
Mañana volverá a su banco preferido. De una de sus múltiples bolsas surgirá una barra de pan, un poco de embutido y la botella de agua que ha cogido en la fuente de arriba.
Curiosamente se ha aislado de la sociedad, pero utiliza servicios de la comunidad, como la mesa banco, el agua y la comida. Cree no necesitar a nadie y nada, pero, sin embargo, sigue guardando en sus bolsas, cualquier cosa, desde ropa facilitada en la parroquia, hasta algún alimento envasado.
La teoría de no necesitar nada de nadie cuando hay una necesidad de muchas personas. La obcecación por no cambiar conductas y pensar que en el aislamiento estamos más protegidos.
El día cambiará pero nuestras neuronas se oxidarán y harán que el sistema mental se muestre más deteriorado. Este proceso será degenerativo y sin retorno.